viernes, 23 de marzo de 2007





El perdón de Dios en Cristo.

Pbro. David Miguel Trujillo

Son muchos los pasajes del evangelio que nos hablan del perdón que vino a traernos Jesucristo. La palabra “perdón” está inseparablemente unida a conceptos como: penitencia, arrepentimiento y conversión. Son todos ellos términos que se interrelacionan y que, durante toda la cuaresma, hemos venido escuchando casi de forma machacona desde los púlpitos de las iglesias. Ahora bien, ¿Cómo podríamos abarcar este tema y poder decir en dos páginas, todo lo que conviene? Me temo que, por querer abarcarlo todo, no aborde este tema con la profundidad del caso. Es por eso que me limitaré a comentar, a groso modo, la parábola que se ha convertido en el paradigma del misterio del perdón de Dios. Me refiero a la parábola del Hijo Pródigo que se encuentra en Lucas, 15, 11ss

Hemos de comenzar diciendo que es injusto el nombre que se le dio a esta parábola. Deberíamos llamarla la parábola del “Padre Misericordioso”, ya que lo que Jesús intenta enseñar y lo que se recalcar, es la misericordia del padre para con sus dos hijos, y no la falta o el pecado de éstos últimos. Posiblemente este “error” se debe al hecho de que, para no pocas personas, prevalece lo malo antes que lo bueno, el mal antes que el bien, el odio antes que el amor…

Existen tres protagonistas en esta parábola. El padre representa a Dios que ama sin medida y que siempre está dispuesto a perdonarnos, aun cuando hayamos caído muy bajo en nuestro pecado. Pareciera como si el padre aguardase a su hijo cada día. Aunque no se diga, se deja entrever que el amor y el dolor del padre por el hijo, lo lleva a otear el horizonte cada mañana aguardando el regreso del hijo que se ha marchado. Todas estas actitudes de aquel hombre describen y reflejan el amor de Dios Padre por cada uno de nosotros y especialmente por quienes nos hemos apartado de Él por nuestros pecados.

El hijo menor es el estereotipo del hombre pecador. Nos alejamos de la casa del padre. No queremos estar bajo su tutela. Nos incomoda su presencia o el tener que rendirle cuentas de lo que hacemos o dejamos de hacer. Es más cómodo vivir aislado, sin responsabilidades, es decir, sin tener que responder por nuestras acciones u omisiones. El drama del hijo menor es el de todo aquel que cae en el pecado y su reivindicación debería ser también la actitud de quien se arrepiente y retorna a la casa del Padre. Fue precisamente en la situación más crítica y patética en la que el muchacho reacciona. Cuando experimenta lo más bajo que una persona puede experimentar. En su total desolación y aislamiento por el abandono y el rechazo que hizo a su padre es donde él recapacita. El cuidar cerdos y el querer comer la comida de los cerdos es algo más que anecdótico. Para un judío el cerdo es un animal impuro. Es más, es el símbolo de la impureza. El pecado de aquel joven hizo que se colocara el nivel de los cerdos. Exactamente lo opuesto a Dios que es toda justicia y toda pureza. Es en esa situación en la que decide levantarse y volver a casa de su padre. Eso es arrepentimiento, eso es conversión, eso es cambio de mente y corazón…

La actitud del hijo mayor es la de quienes vivimos nuestra relación con Dios más que como una necesidad, como una obligación. Nos fijamos más en el cumplimiento de la ley y preceptos divinos que en la intensidad y el espíritu con la que éstos se nos han dado. Nos molesta que nuestros hermanos menores sean restituidos y perdonados porque nos fijamos más en la falta que cometieron y que, a nuestro juicio, merecen ser castigados. Nos cuesta aceptar la gratuidad del amor del padre. También ellos requieren de una conversión. Es llamativa la frase del hijo mayor cuando reclama a su padre y desconoce a su hermano: “…ese hijo tuyo” y las palabras del padre que intenta disuadirlo y recalca la responsabilidad que también él tiene como hermano mayor: “… este hermano tuyo”

Quizá lo más sobresaliente de este tema es que el perdón o el perdonar son cosas propias de Dios. Es decir, nadie puede perdonarnos de nuestras ofensas contra Dios a no ser Dios mismo. Además, si hablamos del perdón de Dios, hemos de hablar de las ofensas (pecados) que causamos a Dios. Ofendemos a Dios cada vez que hacemos caso omiso de su voluntad; cuando lo despreciamos o le ignoramos, cuando nos alejamos de él o le rechazamos. Cuando pretendemos hacer una vida a sus espaldas o cuando lo desconocemos en cualquier ser humano en el que él se encuentra.

Por otra parte, el perdón de Dios se expresa en el perdón que Jesucristo nos comunicó. Perdonar y todos las palabras relacionas con este verbo (penitencia, arrepentimiento…) es triturar, derruir o destruir y, en consecuencia, hacer nueva una realidad. Cuando Dios perdona en Cristo es porque restablece la realidad original que teníamos antes del pecado original. Más aún, en Cristo el hombre llega a convertirse en hijo de Dios. Es tal el perdón que Dios nos ofrece en Cristo, que nos eleva a un nivel mayor del que teníamos antes del pecado de nuestros primeros padres. Este perdón es gratuito, esto significa que nadie se lo merece; es decir, no podemos hacer nada para merecer el perdón que Dios nos da. Si recibimos su perdón se debe a su amor y a su infinita misericordia. Pero, al mismo tiempo ese perdón se debe merecer por nuestra parte en cuanto a que no se nos dará si nosotros no queremos recibirlo.

3 comentarios:

Danilo dijo...

Amigo, seu blog foi incluído no sistema de busca Google de blogs católicos.

Veja como funciona no site do Guia de Blogs Católicos (www.blogscatolicos.blogspot.com).

É um sistema Google como outro qualquer, no entanto só pesquisa em blogs católicos em português e em espanhol.

No site do Guia de Blogs Católicos, você encontra um link para inserir esse mesmo sistema de busca em seu blog. Espero que lhe agrade!

PABLO BETANCOURT dijo...

Gracias hermano por la oportunidad de difundir la musica catolica y la dfensa de nuestra bella iglesia llena del amor de cristo

la paz sea cotigo

pablo betancourt

Félix. dijo...

Hermano Pablo:

ojalá, como tu santo Patrón, seas evangelizador en medio de las alegrías y los trabajos por el Reino.

Mis pobres oraciones por tu música y vida.

Mucho ánimo en Cristo y que Dios te bendiga.